15 Oct Yolanda Aguas, mi amiga.
Hace mucho que conozco a Yolanda y aunque nos separa la distancia física la mayor parte del año, es de esas personas que te hace sentir siempre cerca de ella. Nuestra amistad se remonta a varios lustros atrás, cuando coincidíamos, como ahora, en las primeras filas de las ruedas de prensa del Festival de Cine de San Sebastián.
Son pocos los que, como ella, tienen el don del atractivo emocional irresistible. Lo que podría pensarse que fue fruto de una continuada coincidencia profesional, realmente deriva de la generosidad afectiva de una mujer extraordinaria. Tal como he podido corroborar ampliamente con el paso del tiempo, además de atender al cariño que genera en su entorno; al punto de hacerme sentir especial por gozar de su total confianza y «rivalizar» en ello con personajes ilustres de muy diversas disciplinas culturales.
Desde esta perspectiva, cabe pensar que mis palabras sobre su faceta como fotógrafa están evidentemente condicionadas, pero intentaré hacer el esfuerzo de ser objetivo como lo soy en otras parcelas de mi trabajo por exigencia deontológica.
Siempre la recuerdo con la cámara fotográfica en la mano. Al principio, simplemente como una aficionada que buscaba la mejor instantánea para satisfacción propia, y fui testigo de cómo esa inquietud crecía paulatinamente. No obstante, la decisión de reorientar su carrera hacia este terreno no fue súbita ni caprichosa. Consciente que acometer ese propósito, entonces lejano, requería de unos sólidos mimbres técnicos, formativos y prácticos, fue dando un paso tras otro, sin precipitarse ni flaquear. Con la humildad que le caracteriza y toda su ilusión, ha ido colocando los pilares necesarios para ejercer una profesión que aúna la técnica con el arte, y de esto último ya tenía Yolanda sobrados y contrastados conocimientos.
Ha conseguido el favor de nombres indiscutibles del panorama cinematográfico y literario que han posado gustosos ante su cámara; muchos de ellos ajenos a la calidad del resultado y llevados por esa certera intuición de que gozan los artistas.
Se ha atrevido a ir mostrando los frutos de su labor, casi a modo de examen, a los amigos y colegas más cercanos, pero ni el mayor de los elogios le resulta convincente, porque su lema, hasta ante el comentario de las fotografías más cautivadoras, sigue siendo el mismo: «todavía debo mejorar». El inconformismo, la modestia y el deseo de acumular conocimientos y crecer en este campo no tienen, ni creo que tengan, límites en su pensamiento.
Con ánimo de subrayar la objetividad pretendida en estos últimos comentarios, quien ha de apreciar tan meritoria labor es el espectador, sea profano o entendido, y en cualquier caso convendremos que cuando se trata de valorar aspectos artísticos es imposible renunciar al prisma subjetivo. Quien suscribe está firmemente convencido de que más pronto que tarde Yolanda Aguas será un referente en el universo del retrato fotográfico en nuestro país, los demás solo tienen que esperar.
Texto: Eduardo Casanova Duch
(Abogado y periodista).
Amigo y compañero de aventuras…
Créditos de la fotografía:
Eduardo Casanova Duch, Hotel María Cristina. San Sebastián, 2020.
Fotografía: Yolanda Aguas
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